jueves, 2 de junio de 2016

HORIZONTE

Arriba el cielo, abajo el mar. Azul sobre azul avanzando hacia el delirio blanco del horizonte, esa distancia prolongada más allá de lo imaginable. Parecería la materialización del vacío, si existiese realmente. La tierra, el cielo y el mar corren paralelos en un reflejo mutuo, sin alcanzarse jamás, pero de alguna manera ese contacto existe. Si uno se acerca a la orilla del mar e introduce la mano en el agua, se asegura de que sí, de que es una masa líquida enorme pero fría, salada y húmeda. Por muy oscuras que sean sus profundidades, los sentidos la perciben, como perciben que la arena bajo las plantas de los pies alfombra también esos abismos. 




Pero al levantar la vista se abarca otro mar, un mar impalpable y sobre cuyas profundidades solo se puede especular. De qué estará hecho ese fondo azul durante el día y negro en la noche, por muchas teorías que aventuremos, supera nuestra comprensión. Lo único que nos queda es la conciencia de que, si podemos verlo, algo de nosotros reside en él, y algo de su serena eternidad en nosotros.



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