martes, 21 de junio de 2016

SOUVENIR

He preparado dos tablillas para mi regreso de Roma. Ya tienen esbozada la primera mancha y el fondo. 
Pinto al óleo. En cada viaje, en lugar de traerme recuerdos, elijo los lugares que han representado un momento especial y busco en mi cámara las fotos que he sacado. No siempre son buenas. Es más, a menudo son pésimas, con una calidad visual y artística que deja mucho que desear. 
Pero no son las fotos lo que me interesa, sino que me transporten con la mayor exactitud posible al sitio donde fueron tomadas.
En mi último viaje a Irlanda, nos detuvimos en un lugar llamado Kylemore Abbey. Es una típica mansión británica neogótica rodeada de jardines y arboledas, con una laguna frente al caserón. Es de esos sitios donde la perfección estética es tan aplastante que uno se siente como un insecto reptando por la superficie de una magnífica pintura.
Después de tomar las pertinentes fotos desde los miradores, y liberados ya del deber de atestiguar mediante las mismas nuestro paso por el lugar, recorrimos los rincones de la finca. Todos los lugares ofrecían interés visual y parecían diseñados para formar parte de un cuadro. Era difícil elegir entre todos los motivos uno en concreto, una perspectiva en particular donde se condensara la personalidad y la atmósfera de Kylemore.




Hasta que llegó la decisiva. La vista del lago desde el lado contrario a donde se suelen tomar las fotos de la abadía; una vista poco corriente, donde se divisa la espalda erosionada por la lluvia de siglos de una montaña, el bosquecillo de acceso a la finca, parte de los jardines y el lago, tan limpio que abre otro cielo bajo nuestros pies. 
En mi boca se deshizo el hojaldre crujiente y la pera dulce y blanda de la tarta que comimos aquella tarde, elaborada por las monjas de la abadía. Percibí el frío del agua en la mano que introduje en el lago para comprobar la temperatura, aun sabiendo que sería un témpano de hielo. Noté en el bolsillo la hoja de roble y la bellota que me guardé, y me di cuenta de que había olvidado dónde habían ido a parar. El viento húmedo me sopló de nuevo en la cara y trajo el aliento a tierra empapada del bosque. Fue el mismo viento que arrastró las nubes cargadas de la lluvia que nos obligó a marcharnos y que me trasladó al momento cristalizado en aquella tarde. Un instante fuera del tiempo y del espacio que encajé en la vista del lago momentos antes de la lluvia.




Ese es mi souvenir de viaje. Me pregunto cuáles serán los recuerdos, aún inexistentes, que habrán de llenar las tablillas que he terminado de preparar. Su masa informe de color expresa ahora la incertidumbre de un futuro que aún no existe. 



2 comentarios:

  1. Hola, Joel.

    Qué bonita foto, qué buen ángulo.

    Qué bonita pintura. ¿La hiciste tú?

    Las fotos y las pinturas son algo bueno, pero el mejor recuerdo es el de la memoria.

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    1. Hola Fernando, gracias por tu comentario. Sí, la foto y el cuadro son míos. La verdad es que no tuve que esforzarme mucho, el lugar es bastante fotogénico.
      Sin duda tienes razón. Las fotos y las pinturas son meros instrumentos para acceder con mayor precisión a los rincones de la memoria.
      Un afectuoso saludo.

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